lunes, 25 de enero de 2010

La desdramatización de una hecatombe

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El estallido de la bomba atómica guarda sigilo. Los menos afectados se avergüenzan ante los que muestran su piel calcinada y lacerada. Los supervivientes rehúyen de este epíteto y piden disculpas a los cadáveres esparcidos por el suelo mientras los sortean para desplazarse y brindar su ayuda. Así es el retrato que esboza John Hersey, en Hiroshima (1946). El escritor de origen chino conocido ya por sus novelas La pared, El amante de la guerra, El comprador de niños o Una campana para Adano -premiada con el Pulitzer- se desplaza a la ciudad japonesa como testigo, con la mente fría, el lápiz afilado y con el objetivo de ocultar los porqués en el cómo. Le sobran los adjetivos comprometidos para expresar ideología de fondo, nunca juicios gratuitos.

Apartado de todo sensacionalismo, con un estilo directo, sereno y sensible a los detalles, narra la vida de seis hibakushas –supervivientes a la bomba atómica- antes, durante y después del estallido de la bomba. Su mirada no queda obnubilada en los estragos del fuego y la radiación sino en el temible efecto de éstos en el cuerpo humano. No permite que el hombre quede invisible tras la opaca cortina de humo, polvo y niebla.

Su obra se publicó por vez primera en la revista The New Yorker en tres partes, aunque los editores decidieron imprimirla íntegramente el 31 de agosto de 1946, consumiendo prácticamente todo el espacio editorial de aquel número. Hersey no se desentenderá de su labor en Hiroshima tan fácilmente y cuarenta años después, retoma el hilo para averiguar el porvenir que les esperaba a los seis protagonistas.

Hiroshima reemplaza ahora la voz de Tsutomu Yamaguchi, el último superviviente oficial a las dos bombas atómicas, que se apagó para siempre el pasado 4 de enero. Su novela se cuela entre las miles de imágenes que persiguen a este hecho en las que sólo se aprecian daños materiales. Da fe de que debajo de la bomba perecían personas, no sólo edificios.

A diferencia de otras obras como Sol Rojo sobre Hiroshima (Mario Escobar, 2009) Hersey no permite que su novela se convierta en un cúmulo polvoriento de documentación de archivo y biblioteca. Tampoco cae en el otro extremo; la ficción. En Hiroshima no se añade ni un punto de más. En oposición a su Joe ya está en casa en el que se inventa un personaje que aúna los rasgos y las historias de muchos soldados reales, en sus líneas para The New Yorker se ve obligado a aferrarse a la más pulcra objetividad. Su renuncia a la construcción simbólica, a la intención de difundir “una lección de la vida” también deja entrever su alejamiento de cualquier propósito novelizante. Contaba con que su obra no frenaría la carrera nuclear, aunque por lo menos logró despertar la conciencia de los estadounidenses a los horrores de la guerra atómica.

1 comentario:

FERNANDO DEL VAL dijo...

Enhorabuena. Una señora reseña.