martes, 15 de diciembre de 2009

Se armó el belén

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Algunos éxitos imperecederos como el “Arre borriquito” o “Campana sobre campana” podrían dejar de serlo en unos años. Sí, es cierto que nuestros oídos agradecerían no volver a escuchar cómo los pastores llegan a Belén. Por lo demás, sólo asistiríamos a la paupérrima desvirtuación de nuestro acervo cultural y patrimonial.

La susceptibilidad de los laicos ha alcanzado el nivel máximo. Manténganse alerta y no dejen al descubierto dos maderos cruzados porque los daños morales podrían ser irreversibles. Imaginemos la que se podría montar si mañana tres niños se percatan de que entre ecuaciones y reglas de tres, a tan sólo un palmo del encerado, un crucifijo les examina. En diciembre ya nadie lo teme y en las clases de manualidades se arma el belén. Minuciosamente, con sus pequeñas manos, dan forma a la arcilla y se afanan en reproducir con la mayor exactitud las figuras de la mula o San José. El aluminio que protege el bocadillo se convierte en el lago, donde las lavanderas desempeñan sus labores, y nadie quiere ser pastor en la función.

No sé cuál es la diferencia. ¿Acaso nadie les ha explicado que el que yace sobre la cuna es el mismo que está en la cruz? A ver si por treinta y tres años nos vamos a enfadar y el significado de la efigie va a ser otro.

La carga de la herencia cristiana de Occidente, en su raíz católica y protestante, recae sobre las espaldas de los cristófobos como un lastre. El artículo 16 de la Constitución garantiza la aconfesionalidad del Estado –cuidado, no laico-. Allá cada cual con sus dioses, pero como ha pronunciado el ministro de Educación, Ángel Gabilondo, “se han de tener en cuenta las creencias religiosas de la población española”. Y apostillo: también se ha de respetar la fe de los que profesan el Islam, el Judaísmo o el Budismo. ¿Se siente atacado un ateo por la kipá que porta un judío? ¿Y un católico por las estatuillas con que el paganismo representaba a sus dioses penates? Es imposible que el que profesa indiferencia se sienta herido. Para un ateo, contemplar un crucifijo y oír llover deberían ser la misma cosa.

2 comentarios:

J.J.Madueño dijo...

Tienes razón Ana y desde mi punto de vista es inadmisible.

Lo que más molesta no es que se prohiban los símbolos de mi religión sino que se prohíban cosas.

Si de verdad fuésemos un país tan avanzado social e idelogicamente como predican algunos señores que ocupan sillones azules en el parlamento permitiriamos a todos porfesar lo que le dé la gana y no prohibiriamos y ofenderiamos a nadie.

FERNANDO DEL VAL dijo...

Si a los neoliberales no les gusta la intervencíón, que se vayan a la selva, allí todo es de una libertad salvaje. Su paraíso.