Tiene respuesta para todo. Prioriza los resultados por los que uno se interesa. Registra cada pregunta que se le formula, analizando el rastro que deja. La tipografía endeble de su logotipo, los colorines que impregnan sus caracteres y los dibujitos que ocasionalmente configuran su cabecera sólo constituyen una apacible apariencia del metabuscador que ordena el mundo. En seis letras, Google.
Su práctica omnipotencia comienza a inquietar. El status, el beneficio y la influencia mundial dependen de la posición obtenida en su jerarquización. Ser excluido de las primeras respuestas equivale a una condena ya que la mayoría de los usuarios no lee más allá de los primeros 20 resultados. "Si el saber es un poder, entonces los motores de búsqueda son un superpoder", comenta Wolfgang Sander-Beuermann del laboratorio de buscadores de la Universidad de Hannover.
De brújula de Internet, que canaliza el 70% de las consulta, ha pasado a ofrecer correo electrónico a más de 100 millones de personas en todo el mundo, servicio de mensajería instantánea o la difusión de mapas del mundo, los océanos y el cielo, entres otras muchas aplicaciones.
La proyección de Google hace sombra a empresas como Ciao o Foundem que ante la desesperación, que ya ha interpuesto una denuncia contra el buscador, por considerar que sus actividades favorecen el monopolio.
Su presencia desequilibra el juego de fuerzas estratégicas mundiales. En el contexto geopolítico, los sistemas más autoritarios ya lo incluyen en su lista negra. Es el caso de China, donde se censuraban los servicios de Google diariamente. “Internet ya se ha convertido en un nuevo campo de batalla sin pólvora”, afirmó recientemente un alto mandatario chino. Ahora Google ha desmantelado su portal en China y ha redirigido las búsquedas a otra página radicada en Hong Kong. Los que tampoco quieren ni oír hablar de Google son los ayatolás iraníes que bloquearon el servicio de correo gmail el pasado 11 de febrero durante el 31 aniversario de la República.
En el actual enfrentamiento de poderes, Washington y Pekín pueden recurrir al uso del poder duro -aviones, tanques o cohetes-, o al poder blando -influencia, medios, redes- como bien lo define Joseph Nye. La persuasión, alejada de la fuerza o del dinero, para engendrar la cooperación, la exportación de ideas y la tergiversación u ocultamiento de aquello que no interesa puede ser más efectiva que una bomba.
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