Pato. Ése es el significado en vascuence de las siglas ATA Aberri ta Askatasuna (Patria y Libertad), el nombre con el que la actual ETA pensó denominarse allá en 1959. Conscientes del chiste fácil y las esperables ironías descartaron esta designación y buscaron otras tres letras que les representara.
Desde que unos jóvenes universitarios, que consideraban anquilosado el nacionalismo del PNV, fundasen la banda terrorista ni un solo sustantivo, verbo o adjetivo empleado en el discurso etarra ha quedado al albur de las consecuencias.
En sus comunicados o en la información que nutre las páginas del diario Gara no caben términos como etarra, terrorista o extorsión. Maquillan la realidad con su propio lenguaje; militante vasco, lucha armada o impuesto revolucionario.
“ETA recurre constantemente a un lenguaje con el que, con claros fines propagandísticos, pretende transformar y elevar su imagen. Mediante una retórica que persigue revestir sus crímenes de respetabilidad y legitimidad, la organización terrorista se arroga la representación de todo un pueblo con el fin de justificar una violencia obviamente anti democrática” afirma Rogelio Alonso, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y coautor de Vidas rotas.
¿Puede ser la paz armada o la guerra humanitaria? En la Seducción de las palabras, Álex Grijelmo analiza la técnica de la “contradicción eficaz” el empleo de dos términos contradictorios en el que uno perfuma al otro. ETA se refirió al lugar donde ocultaba a los secuestrados como “cárcel del pueblo”. “En ninguna cárcel se custodia a nadie mientras se aguarda un pago, y la cárcel es pública y por ende del pueblo”. ETA contrapone el término cárcel a “del pueblo” refiriéndose al pueblo vasco, el que no está representado en el término cárcel que engloba al resto de ciudadanos, explica Grijelmo.
Al terrorismo hay que combatirlo con palabras.
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